Hace unos días supe que el Dr. Eduardo Vilaplana Vilaplana había fallecido. Ayer recibí una llamada desde el Colegio de Médicos pidiéndome escriba unas líneas sobre él. Un honor que no merezco pero que con gusto asumo. Es lo mínimo que se le puede hacer.
Es una constante que cuando un compañero se va, sintamos esa desazón de la injusticia que supone que ni la sociedad, a la que sirvió, ni las instituciones sanitarias, a las que dio lo mejor de su vida, digan o hagan un mínimo por él.
Conocí a Eduardo hace muchos años siendo yo residente en la antigua “Residencia 20 de Noviembre de Alicante”. Él era unos de los Jefes de Sección del Servicio de Obstetricia y Ginecología. La mayoría le admirábamos por su formación, liderazgo y capacidad docente en parcelas donde era líder nacional e internacional (citología, patología mamaria,..). ¡¡Qué voy a decir yo del que realmente dirigió mi Tesis Doctoral y contagió la pasión por la prevención del cáncer cervical!!.
Aunque pasó a trabajar al Hospital Provincial y luego al Hospital de San Juan, nunca dejamos de mantener un afecto mutuo que se ha puesto más de manifiesto en estos años. Eso sí, no necesité de frecuentar sus foros musicales, su empedernido gusto por el café, esas tertulias largas con, ¡ay!, el tabaco entre los dedos,… Él sabía que también en la distancia, sin aspavientos, si nos necesitábamos, ahí íbamos a estar. Y así fue. En estos últimos tiempos, en que la enfermedad le atenazaba, hemos coincidido bastante, sea por lo que sea, y me ha seguido deslumbrando con su claridad de ideas, sus sólidas convicciones, su visión filantrópica del mundo, su cierto nihilismo mediterráneo, su aparente distancia de los convencionalismos…
Me resisto a detallar sus logros profesionales ya que, seamos sinceros, todo el mundo conoce el prestigio que aportó a la medicina de Alicante, la ayuda que prestó a miles de pacientes y los conocimientos que nos transmitió a tantos.
Por eso, permítanme que me quede sólo con el Eduardo compañero y amigo, apoyado siempre por su maravillosa esposa Emi, ejemplar padre, respetuoso de la libertad de cada cual, gran melómano, viajero empedernido, culto, docente, alicantino indomable y heterodoxo, rebosando siempre anécdotas y enseñanzas,…
Me gustaría que con estas líneas, todos los que las lean, se den cuenta que se nos ha ido una gran persona, querida y admirada; médico abnegado, generoso, al que el mejor homenaje que se puede hacer es no olvidarlo jamás. Desde luego somos muchos los que lo tendremos presente siempre y con ello, con seguridad, seguirá vivo entre nosotros.
Descansa en paz.
Juan Carlos Martínez Escoriza