Cuando  aterricé en Alicante, en la década de los setenta, me incorporé como médico del  entonces Cuerpo Médico de  APD  (antiguos titulares). Ejercíamos la asistencia sanitaria de la Beneficencia y de los Funcionarios Locales en las dependencias de la Casa de Socorro. Allí me encontré con el resto de los compañeros que formaban el cuerpo: Dr. Luis Revilla, Dr. José  Bravo, Dr. Fernando Gran, Dr. Miguel García y  Dr. Aurelio  Ripoll.  Con todos ellos  conecté, pero el desarrollo de los avatares profesionales me fue  uniendo  carismáticamente  con Aurelio.

Al mirar el pasado 15 de abril el correo  «… soy  Aurelio (hijo). Tengo que comunicarte la triste noticia del fallecimiento de mi padre por el coronavirus…», después de cuatro  décadas  y media de amistad y compañerismo, me detengo, reflexiono sobre vivencias profesionales  y  personales que me llenan de una profundísima amargura…y surge un consuelo: el privilegio que me ha concedido Dios de disfrutar de todas sus virtudes puestas al servicio de los demás.

Recordar a Aurelio Ripoll es muy fácil. Cualquier elogio de sus numerosas virtudes ya está dicho en los cientos de personas que espontáneamente las han dejado con sus escritos y recuerdos en «los amigos del  Abuelito». Por ello, decir algo nuevo, no mencionado, sí que es difícil.

No obstante,  la cercanía  personal y profesional  me permite  subrayar aspectos de él que percibí. Detecté y recibí  su trato pleno de simpatía, y elegancia, con la honorabilidad de todo un caballero. Pero lo que más me impresionó en todos nuestros  contactos, es que nunca se asomó la descalificación  hacia nadie y que siempre estuvo presente  su bondad, su generosidad y su sentido lúdico de la vida.

Era bien conocido por la Familia Sanitaria Alicantina donde ejerció desde los sesenta, desarrollando una envidiable labor social y profesional, dejando imborrable huella de su paso por la medicina en nuestra ciudad.

Como Médico de Familia era muy popular y profundamente  querido por sus pacientes y compañeros, a los que siempre brindó sus servicios desinteresadamente. Así  mismo en el quehacer plurifuncional en la administración de Sanidad: juntos  vivimos jornadas maratonianas revisando a los mozos reclutas para su incorporación a filas, revisiones escolares en los  Colegios Públicos, inspección de piscinas, y empresas… cuantiosas funciones  que en el Reglamento de Sanitarios Locales de 1953 se recogían y que, por cierto, aún sigue vigente. A tal, recuerdo que un sábado, en una revisión de una piscina de una gran urbanización en la Playa de San  Juan, rellenando un cuestionario con el Conserje le fuimos preguntando si tenía salvavidas, botiquín, camilla …»miren de eso no tengo, mándenme  una «.

Adoptado y adaptado a la ciudad de Alicante, nunca se apartó de su querida Simat de la Valldigna que como decía desde el mirador  “ es un valle digno”. Le encantaba mostrar su tierra y todas sus  bonanzas, en especial el Monasterio Cisterciense del que se sabía pelos y señales y que relataba como avezado guía  turístico. En una ocasión llegó a poner autobuses para que sus invitados fuesen mas cómodos por el recorrido. Orgulloso se debe sentir su padre «el Largo».  Creo era el producto de su sencillez y donación natural  que daba esa laboriosa  proximidad.

Su coherencia con sus ideales, con su ética y consigo mismo, le llevó al contacto profesional con los Padres Jesuitas, con la Clausura de las Capuchinas (a las íbamos a visitarlas los médicos de la «beneficencia» ) y por supuesto las monjitas de la Santa Faz     Creo que no hay duda que San Pedro no habrá tenido más remedio que otorgarle el  CUM LAUDE  sin rechistar.

Como anécdota de su idiosincrásica humilde sencillez:  Casose  con la hija de un médico de la localidad, (Dr. Segura) e invitó a todos sus pacientes de la Casa de Socorro de la Beneficencia en donde  teníamos entrañables y extraordinariamente buenos miembros de la comunidad  gitana. La confluencia fue enorme y  al término de la ceremonia cuentan los cronistas que algunos de los invitados habían perdido la cartera. Pero gracias a la intervención del Patriarca (amigo y visitador médico) logró, unas horas después,  encontrar lo perdido y todo solucionado.

Quizás parezca que lo relatado es muy subjetivo  y personal. No he podido encontrar negatividades salvo que he perdido a una persona excepcional, a un gran profesional  y, ante todo, a un gran AMIGO. Pero tengo el honor y la satisfacción  de haberle  tenido a mi lado codo a codo.

A sus hijos, Aurelio y Mari Carmen, me atrevo a decirles que, desde la tristeza y la añoranza que comprendo y comparto, miren las semillas tan elevadas que su vida nos ha dejado con satisfacción y  agradecimiento.

 

Fdo. Dr. Jose Antonio Payá

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